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Dylan Mulvaney o la crueldad del «capitalismo moralista»

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El «producto Dylan Mulvaney» pasará de moda. Ojalá Dylan ahorre un poco. El «capitalismo moralista» seguirá su curso hiperadaptado al dogma woke, un dogma tan controlador y frustrante que con su sola existencia ha desarrollado una opresión irrespirable. No hay duda de que esta locura, este fanatismo y este sinsentido hacen ruido. Tiene que levantar alguna incomodidad que se convierta en una estrella de la opinión pública una persona cuyo mérito es transmitir, en vivo, la forma en que toma medicamentos. Pero no es Dylan, Greta o las tortugas marinas el centro del problema. De nuevo, son ofrendas sacramentales. La cuestión es si la incomodidad social, ante el avance de la normatividad woke irá más allá de un par de semanas de no afeitarse con Gillette o de dispararle a una lata de Bud Light. Porque si se trata sólo de estas acciones, estamos ante la picadura de un mosquito en el trasero de un hipopótamo. Gillette y Nike lo saben, por eso siguen su camino de adaptación sacrificando un par de dólares, un par de clientes y un par de víctimas sacramentales. Se entiende que no hay boicot lo suficientemente fuerte como para hacerlas desistir de los beneficios de las normas DEI y de la moralina pegajosa que ha atrapado a tantas compañías. Se preguntaba Quintana Paz si este era el mundo en que queríamos vivir, un lugar donde los burócratas y los CEO corporativos dictaminen la ética pública. A la luz de los resultados cuatro años después, viendo cómo el «capitalismo moralista» se ha hiperacelerado, pareciera que la respuesta es SÍ. Tal vez la solución no sea atacar las consecuencias sino las causas, por una cuestión de lógica y también por simple eficiencia. No es por el lado de atacar la decisión privada como se cambia esta distopía, es en el marco decisional del ciudadano, vale decir: la política, donde se deben hacer los boicots. Sin los amañados criterios coercitivos de la liturgia woke, sin acciones afirmativas en favor del activismo identitario, sin leyes que atenten contra la igualdad ante la ley, sin dejar que el poder público ingrese a la vida privada de los ciudadanos; se termina el «capitalismo moralista» y su normatividad colonialista. Y el marketing empresarial deberá volver a mirar al mercado, a competir por la calidad de sus productos y no por el favor de un par de maníacos con Síndrome de Hubris. por Karina Mariani
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