La Ascensión

Homilías de cuatro minutos

La Ascensión

La iglesia construida en el lugar donde la tradición señala que Jesús se fue al cielo, tiene una figura octogonal, con una cúpula circular. Antiguamente no había techo y se podía ver el cielo. En el suelo un cristal cubre la roca donde los pies de Jesús tocaron la tierra por última vez. Es una señal de cómo deberíamos vivir: con los pies bien anclados en el suelo, y los ojos fijos en el cielo. En la roca se pueden ver las últimas pisadas de Jesús, seguramente grabadas por los primeros cristianos. La iglesia está situada en la cima del monte de los olivos, cercana a Getsemaní, donde todo comenzó, con la agonía de Jesús durante su oración. Cuando Jesús subió al cielo, se fue bendiciendo a sus apóstoles como último gesto. Todo debería comenzar y acabar con oración. Es el principio y el final de la pasión de Cristo. A través de la cruz llegamos a su resurrección.

¿Qué nos dice hoy Jesús ante de irse al cielo? ¿Cuál es su última voluntad? Ahora os toca a vosotros. Yo me voy, pero os dejo encargados. Os he dado el evangelio y ahora os toca a vosotros pasarlo a los demás. No os preocupéis. No vais a estar solos. Voy a estar con vosotros hasta el final de los tiempos. Eso es lo que los ángeles les dijeron a los apóstoles, cuando estaban mirando al cielo, después de que desapareciera entre las nubes. Quizá pensaban que volvería, como había hecho durante los días después de la resurrección. Estaban paralizados, esperando, sin saber que hacer. Jesús tuvo que enviarles unos ángeles para despertarles y decirles que volvieran a Jerusalén, y comenzaran a trabajar.

San Lucas dice que volvieron a Jerusalén con una gran alegría. No estaban desanimados o deprimidos, porque sabían que Jesús estaría con ellos para siempre. Solo tenían que esperar unos años para reunirse con él, y con los otros apóstoles todos juntos en sus cuerpos gloriosos. Mientras tanto Jesús iba a caminar con cada uno de ellos durante su predicación del evangelio por todo el mundo conocido.

Nuestras vidas en la tierra nunca están llenas. Hay siempre algo que falta. Hay un punto de frustración cuando experimentamos la falta de perfección, una conciencia de que todo pasa, de que es imposible parar el tiempo en esos momentos mágicos que desaparecen. Dios ha colocado en nuestros corazones un deseo del más allá, una ambición por un infinito y definitivo encuentro. Jesús se ha ido, pero nos ha dejado una chispa, una estrella fugaz, una sed de él, porque quiere estar con nosotros para siempre. Es algo que no podemos borrar o suprimir completamente.

¿Puedes imaginar la bienvenida que Jesús recibió en el cielo cuando llegó ahí? Es imposible imaginarlo, porque el cielo no es un lugar sino un estado. Sin embargo, con nuestro imperfecto, terreno y humano intelecto, podemos intentar cada año ir hoy al cielo, para ser testigos de esa impresionante fiesta de bienvenida, una innumerable multitud de ángeles y santos, toda esa gente que le han estado esperando por siglos y siglos, con tiempo para preparar una celebración inolvidable.

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